
Estudios recientes a nivel global, desde centros de investigación europeos hasta agencias de desarrollo en Asia, confirman que la calidad inherente de los materiales y la excelencia en el diseño estructural son los cimientos de la longevidad. Un hormigón de alta resistencia, aceros con tratamientos anticorrosivos o maderas certificadas no solo cumplen con normativas mínimas, sino que extienden significativamente la vida útil proyectada. El diseño, por su parte, va más allá de la estética; debe considerar las cargas, las vibraciones, la resistencia sísmica y la adaptabilidad a las condiciones climáticas locales, anticipando escenarios futuros para minimizar vulnerabilidades.
Además, el entorno juega un rol insoslayable. La exposición a climas extremos, la salinidad en zonas costeras, la contaminación atmosférica en grandes urbes o el simple desgaste por el uso intensivo, aceleran el envejecimiento de las estructuras. Las normativas constructivas deben adaptarse y evolucionar, incorporando las lecciones aprendidas y anticipando los impactos del cambio climático, que con eventos meteorológicos cada vez más severos, exige una resiliencia estructural sin precedentes. La perspectiva a largo plazo nos obliga a pensar cómo las decisiones de hoy —desde la elección de un emplazamiento hasta la legislación sobre materiales— influirán en la infraestructura que heredaremos en 50, 80 o 100 años. Nuestro compromiso es edificar no solo para el presente, sino para forjar los cimientos de un futuro próspero y seguro para toda la nación.