
Los números hablan por sí solos. En el Mercosur, se proyecta que el segmento de viviendas modulares crecerá a un ritmo sostenido del 15% anual hasta 2030, empujado por la demanda de soluciones habitacionales más rápidas y accesibles. ¿Qué significa esto en la práctica? Una reducción de hasta un 50% en los tiempos de obra respecto a la construcción convencional, y ahorros que pueden oscilar entre un 20% y un 30% en el costo inicial del proyecto, gracias a la optimización de recursos y la minimización de residuos. Además, la calidad controlada en fábrica se traduce en índices de defectos hasta un 70% menores.
Pensando a largo plazo, estas casas no solo son rápidas de construir, sino que están diseñadas para la adaptabilidad. Muchas vienen preparadas para la integración de tecnologías domóticas, paneles solares y sistemas de recolección de agua, apostando por una eficiencia energética que reduce los gastos operativos a futuro. La flexibilidad en el diseño es otro punto fuerte: lejos de ser uniformes, los sistemas modulares actuales permiten una personalización asombrosa, desde la distribución interna hasta los acabados exteriores, abriendo un abanico de posibilidades estéticas y funcionales para cada familia. En resumen, las casas prefabricadas ya no son el “primo lejano” de la construcción, sino un actor principal y cada vez más sofisticado en el panorama habitacional.