La promesa de un aire más puro y facturas de servicios más amigables al bolsillo resuena fuerte en el sector constructor argentino. Estamos viendo cómo la idea de barrios donde lo ‘verde’ no es solo un adorno sino un pilar, empieza a tomar forma concreta en los planes urbanísticos de nuestra Argentina. Sin ir más lejos, en los últimos dos años, la consulta por desarrollos con algún tipo de certificación ambiental o que integren energías renovables, ha crecido cerca de un 40% en Buenos Aires y Córdoba, según datos preliminares de la Asociación de Empresarios de la Vivienda de la República Argentina (AEV). La cosa pinta bien, ¿no? Pero ojo, en ‘Arquitecturar’ encendemos una pequeña luz de alarma: ¿estamos construyendo de verdad barrios sostenibles o solo poniendo parches verdes a modelos viejos? La tendencia es imparable, sí, pero la implementación necesita una lupa y mucha cautela. No queremos que la moda nos haga construir ‘elefantes blancos ecológicos’ que, a la larga, resulten ser un problema más que una solución.
La clave no es solo plantar árboles o poner paneles solares; la verdadera cancha de los barrios ‘eco’ se juega en la planificación integral. Hablamos de diseños que optimicen la eficiencia energética y hídrica desde el ladrillo inicial, que gestionen los residuos de forma inteligente y que fomenten la movilidad activa. Aquí, la perspectiva de seguridad es doble: por un lado, la resistencia de las estructuras a eventos climáticos cada vez más extremos – sequías, inundaciones, olas de calor – y por otro, la garantía de que estos nuevos estilos de vida sean realmente saludables y funcionales para los vecinos. ¿Se está pensando en la resiliencia de los materiales ante el cambio climático? ¿Se están utilizando sistemas de drenaje pluvial que realmente eviten inundaciones futuras en zonas de riesgo, como ya se han visto en el Litoral o el AMBA?
Fijate, la falta de una normativa clara y unificada a nivel nacional para las certificaciones ‘verdes’ es un punto flojo. Si bien hay iniciativas provinciales y municipales – como algunos proyectos en Mendoza que exploran la reutilización de aguas grises o planes en Rosario para densificación sostenible – todavía nos falta un marco robusto que blinde al consumidor y al desarrollador de posibles ‘greenwashing’. Es fundamental que los proyectos no solo prometan, sino que demuestren con estudios de impacto ambiental sólidos y con el uso de materiales certificados su verdadero compromiso. Un dato no menor: la inversión inicial en este tipo de desarrollos puede ser entre un 5% y un 15% mayor que en la construcción tradicional, pero el ahorro a largo plazo en costos operativos y mantenimiento es considerable, con retornos de inversión que empiezan a verse a partir del quinto año. Pero para que esa ecuación cierre, la construcción tiene que ser impecable y la fiscalización, estricta. De lo contrario, lo que hoy parece un avance, mañana podría ser un dolor de cabeza, dejando a los habitantes en una burbuja de falsa eficiencia y, lo que es peor, con riesgos latentes.