
La arquitectura y el diseño interior se convierten en los principales articuladores de estas experiencias. Esto implica la integración de elementos como la iluminación dinámica, que puede cambiar de intensidad y color para evocar diferentes estados de ánimo o resaltar productos; la sonorización ambiental, con bandas sonoras curadas que refuerzan la identidad de marca; la utilización de superficies táctiles y texturas que invitan a la interacción; y, cada vez más, la implementación de tecnologías AR (Realidad Aumentada) y VR (Realidad Virtual) a través de espejos inteligentes o probadores virtuales que permiten ‘probar’ artículos sin contacto físico o visualizar su impacto en diferentes contextos. La creación de micro-climas olfativos específicos para cada sección o incluso para la marca completa, a través de sistemas HVAC especializados, complementa la activación de los sentidos.
Desde un showroom de indumentaria en Palermo con proyecciones mapeadas que adaptan el entorno a la colección en exhibición, hasta una vinoteca en Mendoza que recrea viñedos virtuales y aromas del terruño patagónico para sus degustaciones interactivas, la escala de aplicación varía, pero la finalidad es idéntica: transformar la compra en un acto memorable. Los arquitectos y diseñadores de interiores se están especializando en neuroarquitectura y diseño de experiencias, colaborando estrechamente con expertos en branding, psicólogos del consumo y tecnólogos para co-crear estos ecosistemas comerciales complejos. La visión retrospectiva muestra cómo la funcionalidad pura ha cedido su lugar a la emocionalidad y la interactividad. El ladrillo físico en el retail de 2025 no solo vende, sino que vive y respira, ofreciendo un refugio sensorial y cultural que el mundo digital, por avanzado que sea, aún no puede replicar plenamente, consolidando una tendencia que redefine la conexión entre el usuario, el espacio y la marca.