
La actual reemergencia se sustenta en bases epistemológicas renovadas. Estudios recientes en teoría de la arquitectura y diseño urbano, publicados en revistas especializadas como *Architectural Review* o *Domus*, apuntan a una revalorización de la tectónica brutalista por su capacidad de comunicar una solidez y permanencia en contraste con la efímera estética minimalista o la superficialidad de ciertos acabados contemporáneos. Desde una perspectiva competitiva en el sector, diversas firmas de arquitectura a nivel global están capitalizando esta tendencia. Proyectos emblemáticos, desde la rehabilitación del Barbican Centre en Londres hasta nuevas construcciones en ciudades como Basilea o Seúl que emulan sus volúmenes y texturas (aunque con técnicas de encofrado y vertido más depuradas), demuestran una sofisticación en el tratamiento del hormigón, superando las limitaciones técnicas originales.
La durabilidad y la reducción de la necesidad de acabados superficiales son argumentos que resuenan con las actuales demandas de sostenibilidad. El hormigón, empleado de forma estratégica, ofrece propiedades de masa térmica beneficiosas y, al ser un material de origen local en muchas geografías, puede reducir la huella de carbono. Académicamente, se observa una proliferación de investigaciones que exploran las cualidades sensoriales del *béton brut*, su interacción con la luz natural y su potencial para generar espacios de profunda contemplación. Esta rigurosa investigación y la aplicación práctica de sus hallazgos posicionan al ‘neo-brutalismo’ no como una copia del pasado, sino como una evolución reflexiva, adaptada a los desafíos y oportunidades del presente. La capacidad de las firmas para integrar estos principios con nuevas tecnologías de diseño y construcción se está convirtiendo en un diferenciador clave en un mercado cada vez más exigente y globalizado.