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Lunes, 17 de noviembre 2025
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Grietas en el Presupuesto, Ecos en la Tierra: El Desafío de Invertir en Obra Pública

|Obra pública
Un repaso a las metodologías de inversión estatal en infraestructura, su relación con la huella ambiental y los futuros retos para una gestión más consciente en nuestras regiones.
Grietas en el Presupuesto, Ecos en la Tierra: El Desafío de Invertir en Obra Pública
Mirando hacia atrás, es innegable que la ejecución de obras públicas en Argentina siempre ha sido un pilar fundamental para el desarrollo. Desde los grandes diques hasta las redes viales que conectan nuestras vastas regiones, cada proyecto lleva consigo una historia de inversión, planificación y, seamos honestos, a veces improvisación. Pero en 2025, con una mirada más aguda que la de décadas pasadas, comenzamos a desentrañar un componente que a menudo quedaba en letra chica o directamente se ignoraba: la factura ambiental. No hablamos solo de presupuestos agotados o plazos extendidos, sino del costo real que la naturaleza paga por nuestro progreso, y cómo la financiación, en su intento de ser eficiente, a menudo ha subestimado esta variable crítica. Es una retrospectiva necesaria para entender el panorama actual y las exigencias que el futuro nos impone.
Grietas en el Presupuesto, Ecos en la Tierra: El Desafío de Invertir en Obra Pública
Cuando hablamos de financiamiento de obra pública en Argentina, históricamente hemos dependido de una mezcla compleja: fondos nacionales, provinciales, créditos internacionales y, en menor medida, la participación privada. Pensemos en los mega-proyectos de la última década y media en la Patagonia, por ejemplo, donde la promesa de energía o desarrollo productivo, si bien atractiva, rara vez venía con una evaluación de impacto ambiental lo suficientemente robusta o con un presupuesto asignado para su mitigación *post-construcción*. Se priorizaba la ejecución, la inauguración, y el ‘después vemos’ se convirtió en un estándar. Los estudios de impacto ambiental (EIA) muchas veces eran percibidos como un trámite más, un casillero a tildar, en lugar de una herramienta preventiva y de diseño integral. El ‘código rojo’ no estaba en el impacto hídrico o en la biodiversidad perdida, sino en el cumplimiento de los plazos políticos.

Esta mentalidad, arraigada en un modelo de ‘crecimiento a toda costa’, generó pasivos ambientales que hoy estamos empezando a cuantificar. Desde la erosión de suelos por deforestación para abrir caminos, hasta la alteración de cuencas hídricas que impactan a comunidades río abajo o la pérdida de humedales vitales para la regulación de ecosistemas. La gestión de obras no solo es cómo se administra el dinero, sino cómo se administra el territorio y sus recursos. Y aquí es donde entra la crítica: ¿cómo financiamos la reparación? ¿O mejor aún, cómo financiamos una obra desde el inicio para que *minimice* ese daño? La perspectiva actual, y la proyección hacia los próximos años, indica un cambio lento pero necesario. Hay una presión creciente, desde la sociedad civil y algunos organismos internacionales, para que los paquetes de financiamiento incluyan cláusulas ambientales más estrictas, presupuestos dedicados a la resiliencia climática y monitoreos independientes post-obra.

Vemos en algunas provincias, sobre todo en la región central y cuyana, intentos incipientes de incorporar metodologías de ‘bonos verdes’ o financiamiento con impacto social y ambiental, aunque aún son experiencias aisladas. El gran desafío a futuro es la integración de esta visión ambiental en la ‘matriz’ de financiamiento público. Esto implica no solo un cambio en la ley, sino en la cultura de los decisores políticos y técnicos. La idea es pasar de ‘hacer la obra y luego limpiar’ a ‘hacer la obra *sin* ensuciar’. Para 2030, y esto es una proyección optimista, podríamos ver una tendencia donde el riesgo ambiental se incorpore como un factor de riesgo financiero *real* en la evaluación de proyectos, penalizando (o al menos encareciendo) aquellos con menor compromiso ambiental. Los fondos ya no deberían fluir tan fácilmente a proyectos que comprometan nuestro futuro ambiental. Es una gestión que va más allá de los números y se mete de lleno en el respeto por el entorno que habitamos.

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