¿Cansado de la factura de luz? Imaginate un edificio que te diga ‘no, gracias’ a la distribuidora. Esta promesa, más que un sueño, es la carnada que está impulsando un nicho en la construcción: los edificios energéticamente autosuficientes. Pero antes de aplaudir, desde la redacción de Arquitecturar en este 2025, te invitamos a sacarnos las gafas de color rosa y ponernos los lentes de la calculadora. Porque si bien la idea de reducir la huella de carbono y gozar de independencia energética suena fantástica, la billetera tiene la última palabra. ¿Estamos realmente listos para una masificación, o es un lujo para pocos entusiastas y grandes corporaciones con marketing verde? La tendencia es innegable, con ejemplos aislados brillando en el paisaje urbano de Buenos Aires, Montevideo o São Paulo. Sin embargo, la brecha entre la aspiración y la viabilidad económica a gran escala sigue siendo un abismo que merece una mirada detallada y, sobre todo, cautelosa.
Los datos no mienten y son bastante elocuentes: levantar una estructura con miras a la autosuficiencia energética, incluso ‘Net Zero Energy Ready’, implica un sobrecosto inicial que oscila, conservadoramente, entre un 20% y un 35% respecto a una construcción convencional de similares características en nuestra región. Este extra, vital para paneles solares de alta eficiencia, sistemas geotérmicos, baterías de almacenamiento de última generación, aislamientos térmicos superiores y una gestión domótica compleja, no es moco de pavo. En Argentina, por ejemplo, un proyecto de oficinas que apunta a una autonomía del 80% puede ver su inversión inicial dispararse fácilmente varios millones de dólares. El gran interrogante, entonces, es el ‘payback period’. Nuestros análisis indican que, bajo el escenario actual de precios energéticos y sin subsidios significativos —que, seamos sinceros, son inconsistentes en el Mercosur—, el retorno de esa inversión adicional puede tardar entre 15 y 25 años. Esto sin contar los costos de mantenimiento especializado y la obsolescencia tecnológica de algunos componentes a largo plazo.
Si bien vemos un incremento tímido del 3% en proyectos comerciales nuevos que incorporan ambiciosos objetivos de eficiencia energética en capitales como Santiago de Chile o Asunción en los últimos tres años, aquellos que realmente alcanzan o se acercan al 100% de autonomía son un selecto club, muchas veces impulsado por programas piloto o grandes empresas con objetivos de responsabilidad social corporativa más que por pura rentabilidad. El impacto a futuro es claro: mientras los costos de las tecnologías renovables sigan su curva descendente y las regulaciones de interconexión a la red mejoren y se estandaricen en la región, la autosuficiencia será más accesible. Pero por ahora, querido lector, parece más una inversión a muy largo plazo, con un componente de riesgo considerable, que una solución masiva para el sector de la construcción del Mercosur. La idea es seductora, pero el bolsillo pide prudencia.