
Hace apenas unas décadas, la imagen de un sitio de demolición evocaba el final de una historia, con montones de escombros destinados al vertedero. Sin embargo, la sabiduría ancestral de nuestros pueblos originarios y las prácticas coloniales, donde el material sobrante de una construcción se utilizaba para la siguiente, nos recuerdan que la reutilización no es una idea nueva. De hecho, antes de la industrialización masiva, era la norma. Hoy, esa lógica circular está resurgiendo, pero con una conciencia y técnica renovadas. El cambio climático y la urgencia de reducir nuestra huella de carbono han catapultado la reutilización al frente de la agenda arquitectónica. Según datos recientes del Banco Mundial, la región de América Latina y el Caribe genera alrededor de 170 millones de toneladas de residuos sólidos al año, con una porción significativa proveniente de la construcción y demolición (RCD). Reutilizar un solo metro cúbico de hormigón, por ejemplo, puede ahorrar la energía equivalente a varios meses de consumo eléctrico de un hogar promedio. Esto no solo se traduce en un menor impacto ambiental, sino también en una oportunidad económica. Pensemos en viejas vigas de madera que ahora adornan techos modernos, ladrillos centenarios que revisten nuevas fachadas, o incluso ventanas y puertas rescatadas que aportan carácter y eficiencia energética. La tendencia no es solo estética; permite una considerable reducción de costos en la adquisición de materiales vírgenes y en la gestión de residuos, un win-win que atrae tanto a desarrolladores como a propietarios conscientes. En Chile, ya vemos ejemplos incipientes en el Gran Santiago y Valparaíso, donde pequeños estudios de arquitectura están liderando el camino.
En Latinoamérica, la informalidad en la construcción y la presencia de arquitecturas vernáculas ricas en materiales locales y reutilizables ofrecen un terreno fértil. Países como Colombia y México, con su vasta historia arquitectónica, están viendo el florecimiento de iniciativas que rescatan elementos coloniales o republicanos para integrarlos en proyectos contemporáneos. Esto no solo es un acto de eficiencia, sino también de preservación cultural, dotando a los nuevos espacios de una identidad profunda y de un encanto inigualable. La educación es clave: formar a arquitectos, constructores y a la ciudadanía sobre el valor intrínseco de estos materiales es el siguiente paso para consolidar esta tendencia y construir un futuro residencial más ingenioso y con alma.