
Los problemas suelen germinar en las etapas iniciales. La falta de un estudio de suelos adecuado, por ejemplo, sigue siendo una omisión preocupante. En países como Chile o México, con alta actividad sísmica, ignorar este paso puede llevar a cimientos inadecuados y, potencialmente, a catástrofes. Estadísticas recientes, recopiladas entre 2020 y 2024, sugieren que aproximadamente el 25% de los proyectos residenciales de menor escala en grandes urbes latinoamericanas (como Bogotá, Santiago o Ciudad de México) experimentan desviaciones significativas en la ejecución de cimentaciones debido a información geológica insuficiente o ignorada. A esto se suma la deficiencia en el diseño arquitectónico y estructural: planos poco detallados, falta de coordinación entre especialidades o, peor aún, la ausencia de un profesional cualificado a cargo. Esta negligencia inicial, impulsada a menudo por la presión por reducir costos o plazos, es una falsa economía que invariablemente se traduce en problemas durante la construcción y, más críticamente, durante la vida útil de la edificación. La improvisación en obra, la selección de materiales por precio sin considerar su idoneidad y el uso de mano de obra no calificada o insuficientemente supervisada, son prácticas que siguen siendo demasiado comunes, exacerbando los riesgos y prolongando los cronogramas de entrega.
La perspectiva crítica que adoptamos en ‘Arquitecturar’ nos lleva a insistir en que muchos de estos problemas son sistémicos. No son meros accidentes, sino el resultado de una cultura que, históricamente, ha priorizado el volumen y la rapidez sobre la calidad y el rigor técnico. La falta de inspección rigurosa por parte de las autoridades competentes, la débil aplicación de normativas constructivas (que existen y son robustas en muchos países, pero a menudo se obvian) y la insuficiente concienciación del propietario sobre la importancia de contratar profesionales idóneos, crean un caldo de cultivo para la perpetuación de estos errores. Es imperativo que, como industria y sociedad, aprendamos de las lecciones del pasado. La inversión en estudios previos exhaustivos, la contratación de equipos multidisciplinarios cualificados, la supervisión técnica constante y la adhesión estricta a las normativas no son gastos, sino inversiones fundamentales en la seguridad, la durabilidad y el valor de nuestro patrimonio construido. El camino hacia viviendas más seguras, eficientes y sostenibles en América Latina pasa por desterrar estas prácticas obsoletas y abrazar una cultura de excelencia desde la primera piedra.