Las moles de hormigón a la vista, a menudo percibidas como vestigios de un pasado utilitario y austero, vuelven a captar la atención en el paisaje urbano uruguayo. En pleno 2025, mientras el debate arquitectónico se polariza entre la eficiencia energética y la identidad patrimonial, la arquitectura brutalista emerge no solo como un objeto de estudio, sino como un verdadero desafío para la sensibilidad contemporánea. Desde ‘Arquitecturar’, nos proponemos ir más allá de la mera descripción para sumergirnos en las profundidades de este estilo, desentrañando sus claves, sus controversias y su innegable influencia en el desarrollo constructivo de nuestra nación.
El término ‘brutalismo’, acuñado por el crítico Reyner Banham en referencia al ‘béton brut’ de Le Corbusier, trasciende la mera estética para anclarse en una filosofía constructiva que valora la verdad del material y la funcionalidad despojada. Sus pilares son la masividad, la reiteración modular, la honestidad estructural y el uso preponderante del hormigón a la vista, sin revestimientos, exhibiendo las marcas del encofrado. En Uruguay, este movimiento encontró un terreno fértil a partir de la segunda mitad del siglo XX, impulsando la construcción de edificios que buscaban expresar solidez institucional y un ideal de modernidad pragmática. Universidades, sedes ministeriales y complejos habitacionales se erigieron como monumentos a esta visión, ejemplos que hoy nos invitan a una lectura crítica: ¿son estos edificios reliquias inadaptables o testimonios de una audacia que merece ser revalorizada?
La tensión inherente al brutalismo radica en su capacidad de polarizar. Mientras algunos lo tildan de inhóspito y carente de humanidad, otros defienden su pureza formal y su potencia expresiva. En el Mercosur, países como Brasil y Argentina fueron escenarios de expresiones brutalistas aún más contundentes, consolidando un legado que hoy es objeto de estudio y, en ocasiones, de férreas discusiones sobre su preservación y adaptación. El Banco Central del Uruguay, la Facultad de Arquitectura o ciertos bloques de vivienda social son ejemplos locales que exigen un análisis cualitativo profundo. No se trata solo de su valor histórico, sino de su funcionalidad actual, su inserción urbana y el desafío que plantean para las nuevas generaciones de arquitectos y urbanistas. ¿Cómo reinterpretar la monumentalidad brutalista en un panorama emergente donde la fluidez, la transparencia y la ligereza suelen ser los cánones dominantes? La respuesta no es sencilla, pero la urgencia de dialogar con estas ‘cicatrices de cemento’ es ineludible. Su mantenimiento, su posible resignificación o incluso su cuestionamiento, configuran un debate crucial para el futuro del patrimonio arquitectónico nacional y regional.