El rugido de las grúas y el traqueteo de la maquinaria pesada son la banda sonora de un sector en constante evolución, pero el verdadero pulso de la construcción, el que dicta su velocidad y calidad, reside en las manos que la levantan. Y déjenme decirles, amigos de la construcción, que esas manos están en un proceso de transformación digno de nuestra más atenta mirada. Después de años donde la baja productividad era un dolor de cabeza crónico y la escasez de talentos cualificados una constante amenaza, estamos viendo un giro de timón. No es una moda pasajera; es una necesidad económica imperativa que ha impulsado a la industria a recalibrar su visión sobre su activo más valioso: su gente. La inversión en capacitación y la búsqueda de una mayor productividad no son ya meras opciones, sino el motor que está definiendo la competitividad y los márgenes de ganancia en el Chile constructor de 2025. Hemos pasado de lamentar la situación a actuar con pasión, entendiendo que el músculo financiero se construye, literalmente, con cerebros y habilidades bien entrenadas.
La historia reciente nos sitúa en un escenario post-pandémico (hablemos del periodo 2020-2023) donde, además de los vaivenes de precios y cadenas de suministro, la brecha de habilidades se hizo insostenible. Ver proyectos ralentizados o con sobrecostos por falta de personal capacitado no era una excepción, sino la regla. Esto prendió las alarmas y, como era de esperar en un sector que sabe de resiliencia, se puso manos a la obra. A partir de 2023, algunas de las grandes constructoras chilenas, y muchas PYMES que no querían quedarse atrás, comenzaron a adoptar estrategias de capacitación agresivas. Hablamos de programas internos que van desde la formación en nuevas tecnologías BIM o la prefabricación, hasta cursos de seguridad avanzados y gestión de equipos para capataces y maestros. La colaboración con instituciones técnicas se disparó, y la industria pasó de ser un mero demandante de mano de obra a un activo formador de talentos.
Los resultados no se hicieron esperar y, aunque aún hay camino por recorrer, los primeros reportes son esperanzadores. Hemos visto una reducción promedio del 15% en los tiempos de ejecución de tareas críticas, una caída del 10% en los índices de reprocesos y, lo más importante, una mejora sustancial en los estándares de seguridad, impactando directamente en la salud financiera de las empresas. El argumento es simple: un trabajador capacitado es más rápido, más eficiente y comete menos errores, lo que se traduce en ahorro de costos y proyectos entregados a tiempo, o incluso antes. Desde una perspectiva económica, esto es oro puro.
Mirando a Latinoamérica, Chile está posicionándose como un referente. Mientras en países como Perú o Colombia se empiezan a replicar iniciativas similares, el impulso coordinado de gremios y empresas chilenas ha generado un efecto dominó que busca consolidar un ecosistema de formación permanente. La proyección para los próximos cinco años (2025-2030) es clara: la mano de obra en construcción se volverá cada vez más especializada. La automatización y la digitalización no eliminarán puestos, sino que los transformarán, exigiendo un nivel de adaptabilidad y aprendizaje continuo que solo una cultura de capacitación constante podrá satisfacer. Será el diferencial competitivo no solo para las empresas, sino para Chile como hub de desarrollo regional. La inversión en nuestras personas no es un gasto, es la piedra angular sobre la que edificaremos la prosperidad futura del sector.