El hormigón y el cristal de los centros comerciales en América Latina ya no solo encapsulan tiendas; hoy, son complejos ecosistemas donde cada decisión de diseño se evalúa bajo la lupa de la rentabilidad, la resiliencia operativa y la capitalización de una experiencia única. La virulenta irrupción del comercio electrónico, acelerada drásticamente por la pandemia de COVID-19, ha precipitado una necesaria, aunque costosa, reconfiguración de estos gigantes de consumo. Lo que antes era un negocio de “ladrillo y mortero” con retornos previsibles, se ha transformado en un campo de batalla financiero donde la arquitectura y el urbanismo son herramientas estratégicas para asegurar la viabilidad a largo plazo, desafiando a promotores e inversores a calibrar con precisión el verdadero valor de la “experiencia”.
La tendencia predominante en el diseño de centros comerciales, observada con particular ímpetu desde 2022 en mercados clave como México, Brasil, Chile y, gradualmente, Argentina, se inclina hacia la hibridación y la creación de “destinos”. Se abandonan los esquemas mono-funcionales para abrazar modelos de uso mixto que integran componentes residenciales, oficinas, centros de salud, espacios educativos e incluso propuestas hoteleras. Esta diversificación no es meramente estética; responde a una imperiosa necesidad de optimizar el uso del suelo y, crucialmente, de generar flujos de ingresos diversificados que mitiguen la volatilidad del retail tradicional. La inversión en “retailtainment” – la fusión de comercio con entretenimiento – ha escalado exponencialmente, materializándose en la incorporación de parques temáticos interiores, centros de experiencia de marca, espacios culturales interactivos y ofertas gastronómicas de alta gama. El costo de esta metamorfosis no es trivial; la adecuación estructural, la implementación tecnológica avanzada y el desarrollo de nuevas áreas de ocio conllevan una inversión de capital (CapEx) significativamente mayor que las construcciones o remodelaciones de la década pasada, exigiendo modelos financieros más sofisticados y periodos de recuperación (payback) potencialmente más extendidos. La cuestión central es: ¿puede la experiencia justificar tal incremento en el Capex inicial y asegurar un ROI competitivo en el contexto macroeconómico actual?
Desde una perspectiva financiera, el desafío reside en la cuantificación del intangible. ¿Cómo se valoriza el “tiempo de permanencia” o la “frecuencia de visita” en el balance final? Los promotores están explorando métricas más allá de las ventas por metro cuadrado, incluyendo el valor del ciclo de vida del cliente, la conversión de visitantes a compradores en tiendas físicas (influenciada por la presencia digital del mall) y la atracción de nuevos segmentos demográficos. Proyectando hacia finales de esta década, se espera una mayor consolidación de activos y una polarización: los centros comerciales exitosos serán aquellos que logren crear ecosistemas vibrantes y altamente diferenciados, mientras que aquellos que no inviertan estratégicamente enfrentarán obsolescencia y desvalorización. Se anticipa una mayor integración de tecnologías de la información y comunicación (TICs) para la gestión inteligente de flujos de visitantes, la personalización de la experiencia de compra mediante IA y la optimización del consumo energético. Además, el diseño modular y la flexibilidad espacial ganarán terreno, permitiendo a los malls adaptarse rápidamente a futuras tendencias o cambios en la demanda sin incurrir en costos de remodelación prohibitivos. La adopción de principios de diseño biofílico y la creación de espacios semi-abiertos que conecten con el entorno urbano también se perfilan como elementos clave, no solo por su atractivo estético, sino por su potencial para reducir costos operativos a largo plazo y mejorar la percepción del valor del activo. El verdadero arte, entonces, reside en transformar la visión arquitectónica en una estrategia de negocio que sostenga y potencie la inversión en el impredecible horizonte latinoamericano.