
Durante décadas, la perspectiva sobre el arbolado se centró en la poda reactiva –ante caídas o interferencias con cables– o en plantaciones esporádicas sin una planificación a largo plazo. Esta visión, predominantemente estética o de mitigación de problemas inmediatos, ignoró el potencial integral de estos seres vivos. Un estudio retrospectivo de la Universidad de Melbourne (2022) sobre la evolución de la gestión del arbolado en ciudades como Londres, Berlín y Nueva York, destacó cómo la falta de una política holística en el siglo XX llevó a ‘desiertos verdes’ en áreas densamente pobladas y a ciclos de vida arbóreos prematuramente truncados por prácticas inadecuadas. No es poca cosa: la Organización Mundial de la Salud (OMS) ha venido advirtiendo desde principios de los 2000 que la infraestructura verde es tan vital como la gris para la calidad de vida urbana. Ciudades como Singapur y Copenhague, por ejemplo, ya en los 90 implementaron estrategias de ‘Forestación Urbana’ que hoy son referencia mundial, invirtiendo en especies nativas resilientes y en el mapeo detallado de cada ejemplar, transformando el arbolado en una verdadera red de servicios ecosistémicos.
Mirando hacia adelante desde 2025, la gestión del arbolado urbano ya no puede ser un asunto marginal de obra pública. Requiere de planes maestros de arbolado, integrados en la planificación urbana general, con foco en la selección de especies adecuadas al clima cambiante y al espacio disponible, el uso de tecnología (GIS para inventarios, sensores para monitoreo de salud), y una fuerte participación ciudadana en el cuidado y la identificación de necesidades. Es imprescindible que los municipios inviertan en la capacitación de cuadrillas y en la contratación de ingenieros forestales y paisajistas. La experiencia internacional demuestra que una gestión del arbolado basada en datos y con una visión a largo plazo no solo embellece, sino que construye ciudades más resilientes, saludables y económicamente viables. La clave está en pasar de una visión correctiva a una preventiva y prospectiva, reconociendo que cada árbol es una pieza fundamental en el gran engranaje de nuestras urbes del futuro.