Una mirada reflexiva a la evolución de la infraestructura para el agua en Argentina, confrontando las visiones históricas con los imperativos ambientales y técnicos del siglo XXI.
El pulso del agua ha dictado, históricamente, el ritmo de desarrollo de las civilizaciones, y Argentina no ha sido la excepción. Desde la colonización hasta nuestros días, la relación de la nación con sus recursos hídricos ha estado mediada por una compleja red de obras de ingeniería. Sin embargo, la perspectiva sobre estas intervenciones ha mutado radicalmente. Si en tiempos pretéritos la primacía era la dominación del recurso para el fomento de la producción agropecuaria o la generación de energía, hoy, el paradigma se inclina hacia una coexistencia más armónica, donde la resiliencia ecosistémica y la equidad social se erigen como pilares ineludibles. Este análisis comparativo nos invita a trazar un puente entre las visiones del pasado y los retos actuales en la configuración de la infraestructura para la gestión del agua en el territorio nacional.
La trayectoria infraestructural argentina en materia hídrica es un testimonio de la evolución de una mentalidad. Las primeras grandes obras, a menudo concebidas bajo un espíritu de progreso ilimitado, priorizaban la captación masiva, la derivación para riego extensivo y la protección contra inundaciones mediante endicamientos y rectificaciones de cauces. Proyectos emblemáticos de mediados del siglo pasado estuvieron fuertemente orientados a maximizar la disponibilidad de agua dulce para vastas extensiones agrícolas o a la contención de avenidas, sin considerar plenamente las interconexiones ecológicas o las alteraciones del ciclo hidrológico natural. El foco estaba puesto en la obra monumental, en la capacidad de transformar el paisaje y asegurar la producción, a menudo con una visión fragmentada del recurso. La ingeniería hidráulica se presentaba como una solución definitiva a problemas específicos, sin una apreciación integral de las cuencas.
En contraste con esta aproximación, la realidad climática y ambiental del 2025 obliga a una reevaluación profunda. La infraestructura hídrica contemporánea debe trascender la mera función utilitaria para abrazar una gestión integrada y multifacética. Esto implica no solo sistemas de abastecimiento y saneamiento más eficientes y resilientes a eventos extremos, sino también la rehabilitación de ecosistemas ribereños, la promoción de soluciones basadas en la naturaleza para la mitigación de inundaciones, y una visión de las presas y embalses que contemple la dinámica sedimentaria y la biodiversidad acuática. La comparación revela un cambio de paradigma: de la ‘infraestructura gris’ predominante, robusta pero rígida, a una hibridación con la ‘infraestructura verde’, que potencia los servicios ecosistémicos. Se pondera la capacidad de carga de los sistemas naturales, la eficiencia en el uso y reuso del agua, y la reducción de la huella hídrica, reconociendo el agua no solo como un recurso a explotar, sino como un elemento vital de la matriz socio-ecológica del país. La perspectiva actual exige que cada nueva obra pública y la reconversión de las existentes, se evalúen bajo un prisma de adaptabilidad climática, equidad en el acceso y profunda conciencia ambiental, promoviendo sistemas que coexistan, más que subyuguen, con los ciclos naturales del agua.