
31/08/2025 l Interés General
Otro punto ciego recurrente es la calidad de los materiales. La tentación de abaratar costos iniciales lleva a elegir opciones de menor durabilidad o que no cumplen con los estándares de eficiencia energética o salubridad. Un aislamiento deficiente, ventanas de baja prestación o pinturas con componentes volátiles no solo comprometen el confort térmico y la salud de los habitantes, sino que garantizan un mayor consumo energético por décadas. Esto, visto desde una proyección a largo plazo para la región, significa una mayor demanda sobre redes energéticas ya exigidas y una generación continua de residuos de reemplazo prematuro. La informalidad en la mano de obra y la ausencia de dirección profesional cualificada son otro cáncer silencioso. Sin la supervisión adecuada, las mejores intenciones se desvanecen en detalles constructivos mal ejecutados que derivan en problemas estructurales, filtraciones o instalaciones defectuosas, afectando la seguridad y la vida útil de la construcción.
Para evitarlos, el camino es claro, aunque a veces menos transitado. Primero, invertir en un proyecto arquitectónico y de ingeniería robusto y multidisciplinario que integre desde el minuto cero estrategias de diseño pasivo, uso eficiente del agua y consideración de materiales locales de bajo impacto ambiental. No se trata solo de ‘poner paneles solares’, sino de concebir la vivienda como un organismo que interactúa inteligentemente con su entorno. Segundo, exigir certificaciones de calidad para los materiales y verificar su procedencia. Cada vez más, en Latinoamérica, estamos viendo el surgimiento de sellos y normas que guían hacia opciones más responsables. Tercero, y fundamental, asegurar una dirección de obra profesional y calificada. Esto no es un gasto, es la garantía de que lo proyectado se materialice correctamente. La digitalización, con herramientas como BIM, está empezando a jugar un rol clave en la detección temprana de inconsistencias y la optimización de recursos, transformando la supervisión.
A futuro, esperamos que la conciencia sobre el impacto de la construcción, sumada a regulaciones más exigentes y una mayor disponibilidad de tecnologías y materiales sustentables, impulse un cambio cultural. La proyección es que, para finales de esta década, la inversión inicial en eficiencia y calidad sea percibida no como un extra, sino como un pilar innegociable para cualquier vivienda que aspire a ser habitable, económica y responsable a largo plazo. Es un reporte de avances, sí, pero con un llamado crítico: aún hay mucho por hacer para que el sueño de la casa propia no se convierta en una hipoteca con el planeta.